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viernes, 11 de mayo de 2012

LA DERNIÈRE VIGNE 2009. Syrah. Vin de Pays des Collines Rhodaniennes. Francia.




Qué bonito nombre para un vino, ¿verdad? "La dernière vigne"... La última viña... Es como una invitación a bebernos el vino más exclusivo del mundo, el producido en las últimas cepas que han sobrevivido a una total extinción de esta especie vegetal; o bien, el que nos ofrecen unas viñas tan escondidas que son casi imposibles de encontrar. 
Pues, lirismos aparte, este vino pertenece a la denominación Vin de Pays des Collines Rhodaniennes. Cuanto más conocemos de los vinos franceses, más intrincado nos parece el laberinto del mapa de las denominaciones de este país. 
Comencemos por explicar qué es eso de un Vin de Pays. Se trata de una denominación surgida a finales de los años 60 para acoger a los vinos que habían quedado fuera de las, más antiguas, Appellation d´Origine Contrôlée: AOC. Para complicarlo todo un poco más, resulta que en 2009 los Vin de Pays reciben un nuevo título, el IGP (Indication Géographique Protégée), instaurado por la Unión Europea. 
Dentro de esta denominación secundaria que es un Vin de Pays -que no está asociada a unos terrenos o parcelas como la AOC, sino a una división administrativa-, hoy traemos a Vinoencasa los que se dan en la región de Collines Rhodaniennes; es decir, los que, en la región de Provenza, dan las viñas situadas en los valles del sur del Ródano, del Loira y del Isère, y al norte del Drôme y el Ardèche.
La bodega Pierre Gaillard elabora este La Dernière Vigne, que proviene de viñedos de syrah de más de 30 años plantados en la localidad de Ternay, a unos 20 Km. al sur de Lyon, sobre suelos arcillosos con abundancia de cantos rodados. Tiene una crianza de doce meses en barricas de roble francés, un 50% de las cuales son nuevas.
En la copa aparece con una capa media, no muy subido de color, y un bonito ribete rubí. En nariz es poco intenso. Predominan al principio las notas florales (lilas),  frutales (fruta roja) y de golosina (caramelo de fresa). Pero también aparecen aromas herbáceos (hojarasca) y balsámicos. Hay un fondo de mineralidad (hidrocarburo) que hemos detectado desde el principio, muy suave, discreto, como si quisiera decir que está ahí, pero sin querer molestar. Es un vino al que le cuesta abrirse. Nosotros lo hemos descorchado casi dos horas antes y, aún así, le hemos tenido que dar más tiempo en la copa para que se oxigenase. Finalmente, cuando se termina de expresar, se muestra con más intensidad la fruta roja madura junto con los tostados (ahumado) de ese año de barrica... ¡que no ha aparecido con claridad hasta casi tres horas después! Así se hacen los vinos, sí señor.
En boca es todo equilibrio y elegancia. Es esa sabia combinación entre el amargor final y la suave astringencia de los taninos, la acidez y el dulzor frutal. El paso es ligero, pero acaricia el paladar como un paño de terciopelo. El alcohol es mínimo, un 12,5%, pero tiene mucho cuerpo.  En el recuerdo queda una ligera acidez en lengua y encías, el sabor de una exquisita fresa madura masticada, con un retrogusto balsámico y un puntito de mineralidad (salinidad) en el centro de la lengua. Espectacular. Puro placer hasta la penúltima copa. En la última, a uno le invade la sensación agridulce de lo bien que se lo ha pasado con este vino y lo poco que ya le queda por disfrutar. Nos costó algo más de 15€ en la vinoteca Tierra, de Madrid. 
¡Salud!

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