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sábado, 30 de marzo de 2013

BARRANCO OSCURO


Barranco Oscuro es una bodega cuyos vinos empezamos a conocer hace algunos años, cuando descubrimos los vinos naturales y biodinámicos. Desde entonces queríamos visitarla, así que nos fuimos hasta Granada, a la Sierra de la Contraviesa, entre Sierra Nevada y las Alpujarras, por un lado, y el Mediterráneo y África, por otro.
Manuel Valenzuela
Hablar de Barranco Oscuro es hacerlo de Manuel Valenzuela, quien a sus 70 años sigue al pie del cañón con un proyecto que es algo más que hacer vinos. Como ya hemos comprobado en otras ocasiones, detrás de un vino interesante hay una persona que también lo es. Aunque no pudimos estar mucho tiempo gozando de su compañía, intuimos que es apasionado del vino, amante de la tierra en la que se ha enraizado, crítico, tal vez anarquista en cuanto persona libre y respetuosa con los demás, socarrón, y generoso.
Barranco Oscuro toma el nombre de un barranco situado a los pies de su casa-bodega, que se enclava en un escenario natural maravilloso. Manuel llegó aquí en los 80; por lo que nos contó, entendemos que hubo una mezcla de rechazo a un mundo urbano poco gratificante, por un lado, y de amor por la tierra y por su tierra, por otro.

Nos dijo que, cuando estaba buscando lugares para instalarse, se encontró con la llamada de este enclave singular (y fue llamada, porque lo descubrió en un día de niebla). Buscaba pureza, y la encontró en esta tierra amenazada por la deforestación (hace siglos estuvo ocupada por encinares,  las necesidades de las explotaciones mineras, entre otros factores, acabó con buena parte de la cubierta arbórea). Así que llegó aquí,  plantó su huerta, sus almendros, y sus cepas.
El caso es que, cuando en España no se hablaba de vinos naturales-biodinámicos o como quiera llamarse a este tipo de vinos, este señor se puso a elaborarlos a partir de sus conocimientos, de su ilusión y de su empeño. Le gustaba el vino y quiso hacerlo, pero no eligió el camino habitual.
Ha sido autodidacta; nos relató algunas de sus  experiencias importantes, como un viaje por el Mediterráneo, hasta Francia, donde el tipo de vinos que él hace tienen mucha tradición. Y es que muchos de los grandes biodinámicos franceses son de la generación de Manuel. Ellos contaban a su favor con que tenían viñedos de sus familias; Manuel no. Se lanzaron a estos proyectos a partir del rechazo a una sociedad, a un modelo productivista que no les satisfacía. Queremos pensar que en el caso de Manuel hay algo parecido; se mezcla una decisión intelectual, y el sentimiento. Otras experiencias, como su trabajo para la multinacional que elabora el Martini, durante dos años, le ayudaron a aprender lo que no hay que hacer.
  
Así las cosas, Manuel Valenzuela se lanzó a hacer vinos naturales, para lo cual hay que respetar la tierra, y trabajarla prescindiendo de la química. Lo único que hace, nos comentó en el cerro que da nombre a su vino "1368", es echar un poco de azufre en los primeros momentos de la brotación de la vid. El cuidado a la tierra pasa por evitar su desecación, simplemente labrándola un poquito, escarbando para que la parte superficial se airee y actúe de cámara de aire aislante que impide la pérdida de humedad. Cuenta con unas 12 hectáreas de variedades como la vijiriega, chardonnay o viognier,  y tintas como la garnacha, cabernet sauvignon y franc, pinot noir, tempranillo, merlot, y syrah. 
En la elaboración ha ido depurando sus prácticas. Hay que tener en cuenta que sus vinos no llevan sulfitos añadidos ni otros tratamientos. Por ello hay que ser limpios y rápidos, atendiendo a detalles como la temperatura de la uva cuando se recoge en la vendimia.

Está haciendo un espumoso al método ancestral, como el blanquette; y, para su estupendo brut nature, nos explicó que su truco consiste en dejar unas uvas en la cepa para hacer una vendimia tardía y añadir este mosto al vino base para que dé lugar a la segunda fermentación. Así consigue un brut nature muy distinto, lleno de matices (lo habíamos probado hace años y nos encantó  confirmar, en esta visita, que es un gran espumoso).
Tras un paseo por algunas de sus viñas, nuestro anfitrión nos ofreció probar algunos de sus vinos, de la que pudimos extraer algunas notas.
Comenzamos por La ví y soñe 2012, un blanco viogner (bonito juego fonético entre el nombre del vino y la uva, algo que se repite en otros) que llevaba ¡una semana abierto -sin vacío ni refrigeración-! Pues bien, con este vino entramos en el jardín, nos llenamos de aroma a naranja, a canela; y en boca disfrutamos un montón, con el equilibrio entre una estupenda acidez, que puede con una carga alcohólica generosa, de 14% (los vinos de Barranco Oscuro son así, tienen esa calidez, y  Manuel no hace maquillajes en bodega). Un vino maravilloso.
Seguimos con  el Cardonohay, un chardonnay del 2011, con algo de barrica, que nos regaló frutos secos (pistacho, almendra tostada) junto con notas de bollería. Y en boca, lo mismo; gran equilibrio ente acidez y untuosidad alcohólica, y unas notas salinas -como en el vino anterior- muy evidentes (ahí está la influencia de la brisa marina que acude a los viñedos por las mañanas de los meses cálidos). Nos gusta volver a encontrarnos con esas características de los vinos biodinámicos, tanto en nariz como en boca. Por ejemplo, esa sensación en la lengua de que la materia que contiene el líquido, el agua del suelo que recogen las raíces, se deposita en la lengua, estimulando las sensaciones en el paladar.
Pasamos a tintos. El primero, un pinot noir, El pino rojo 2006, un vino con uvas sin despalillar y con dos años en barrica. Con respecto a las barricas nos comentó otra buena historia; tienen algunas muy especiales, muy buenas,  porque las elaboró otro de esos locos, francés en este caso -cuyo nombre no recordamos-, que va a la contra;  sus barricas se elaboran con madera que deja secar 6 o 7 años (el doble de lo habitual).
De esta forma se limita la adición de aromas al mosto. 
Volviendo al pinot, nos gustó su nariz de fruta, madura y especias; y la boca con un paso ligero,  dentro de la corpulencia de estos vinos, y otra vez esa salinidad en el centro de la lengua. Los taninos, pulidos. Este estilo de vino más fluido nos gusta mucho, se bebe con mucha facilidad, invitando a seguir. 
El siguiente fue otro pinot, Borgoñón Granate 2006, en este caso a partir de uvas despalilladas. El trabajo con los taninos está bien conseguido, ya que son firmes, se notan, pero tienen esa nota amarga buena característica de los buenos vinos. La carga alcohólica (15,5%), de nuevo, está muy bien compensada.
Seguimos con el merlot, El canto del mirlo 2010, también abierto hacía más de una semana. En nariz nos abrimos un tarrito de confitura de fresa deliciosa. Al probarlo encontramos las notas de calidad de los anteriores. 



Los dos últimos varietales de la cata fueron el syrah, Rubaiyat 2004, del que destacamos su mineralidad; y el garnacha,  Garnata 2009, el que nos pareció más cálido de todos.

Para concluir la mañana, probamos el coupage, el 1368 de la añada 2004; y también, fin de fiesta, un 1368 muy especial, el cosecha 1998, uno de esos ejemplares que solo tiene Manuel en su “archivo” particular. Como intuíamos, y así se lo dijimos, sus vinos tienen gran potencial de guarda, y éste lo demostró.
El "archivo"
En nariz había fruta, pero sobre todo notas terrestres, tierra húmeda, trufa, algo de hidrocarburo. En boca mostraba las características de un vino que, probablemente no será el mejor del mundo, pero muestra delicadeza, elegancia y finura.
Gracias Manuel, por tu pequeña contribución a la felicidad del género humano. 
¡Salud!

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