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viernes, 7 de enero de 2011

CARABONICA SUNDAY 2010. Tarragona. España.

Nuestro viaje al Priorato, que se amplió a Montsant, culminó con otras experiencias, caso de Conca de Barberá y de la Terra Alta. En Pinell de Brai, muy cerca del Ebro (que en su tramo final viaja encajonado entre sierras hasta su desembocadura, donde forma su delta) podemos encontrar una gran bodega modernista, muy bonita, pero también la de Laureano Serres Montagut. En el mundo anglosajón quizá le calificarían de "outsider", ya que es alguien distinto y sus vinos también lo son.
Para empezar diremos que su celler es lo más parecido a ese concepto de vino de garaje que hemos visto. Es más, es garaje-desván y espacio multiusos en el que también hay pequeños depósitos de acero inoxidable donde Laureano fabrica su magia







Dejó su puesto de informático en Madrid para instalarse en su tierra ancestral y para hacer vinos naturales. Recoge las uvas de sus distintas parcelas y estas entran en los depósitos para dar lugar a vinos que no experimentan manipulación.
Entre los varios temas que se tocaron cuando visitamos a Laureano nos llamó la atención su idea de que el vino es agua; el agua que la viña ha bebido de la tierra y que se convierte en un maravilloso zumo frutal. Los vinos que probamos allí ejemplifican bien este concepto. Pero no son agua ni zumo, ya que tienen extracto, toda la carga vegetal que contiene el mosto, y que se aprecia muy bien en la copa ya que estos vinos ni se filtran ni se clarifican. El resto de vinos quedarían englobados en el concepto de caldo, al ser la suma de elementos que se van sumando al mosto, incluyendo enzimas, levaduras y otras prácticas cuestionables que buscan intereses comerciales. Laureano nos enseñó, en relación con lo anterior, botes de laboratorio que guarda y que presentan inquietantes etiquetas: aroma a Muscat o al Priorato (sic).


Sus vinos son de mesa y los vende a 10 euros porque le da la gana. Pasa de historias comerciales y de falsos prestigios.
El primer vino suyo que presentamos es un maceración carbónica que, como todos los vinos de Laureano, sorprende. Hay todavía un poquito de gas cuando descorchamos este recién nacido. El color no es el esperado en un maceración de los habituales, con su estallido fucsia. Por momentos pensamos en un crianza riojano de los clásicos, con su color picota.
En nariz tampoco te estalla el caramelo de fresa. Si hay fresa, pero es más sutil, suave y delicada. Con el tiempo aparece un aroma como a bollo y a zumo de uva (como esos que se venden envasados). Al día siguiente gana en dulzor.
En boca no resulta empalagoso, hay un ligero cosquilleo del carbónico, pero no en la punta de la lengua, como estamos acostumbrados. La vía retronasal se llena de aroma a hollejo de uva.
Desde luego, un vino de Laureano es una experiencia única.
¡Salud!

SEGUIMIENTO AL VINO
Volvemos a probarlo mes y medio después. Nos gusta más. Está más afinado, con los sabores más nítidos (hay un interesante tono animal de la cariñena, junto a notas frutales y florales).
En boca queda más "limpio", sin la turbidez del vino recién nacido. Resulta fresco, con el carbónico que se percibe en toda la lengua, y el alcohol (14,5% nada menos) no se nota. Mejora la primera impresiòn que tuvimos de este vino.

¡Salud!

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