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jueves, 12 de julio de 2012

BODEGAS PÉREZ CARAMÉS


Pablo y Noelia están al frente de esta bodega de Villafranca del Bierzo. La fundó su tío, Paco, de quien hay que hablar brevemente. Era viticultor y bodeguero, y fue pionero en embotellar el vino de sus viñas en una tierra de graneles. Además, fue un adelantado de su tiempo porque practicaba una agricutlura ecológica -aunque entonces no se la llamaba así- y tuvo el mérito de resistir a la presión de la agroindustria en una época en la que parecía que sus productos iban a ser la panacea a la hora de hacer vino. 
El tío Paco era un convencido de que la calidad de los vinos estaba asociada a intervenir lo menos posible en las viñas. Murió en 1999 y desde entonces Pablo está al frente, aunque ya llevaba años colaborando y aprendiendo de él. Pablo parece otro caso de “la llamada de la tierra” porque sus estudios de Economía en Madrid no fructificaron.

Ahora Pablo, y su mujer Noelia, que estudió Biología y Enología, se reparten los papeles en los trabajos de la bodega. Cuentan con 32 hectáreas de viñedo en una misma propiedad, algo poco frecuente en la zona, gracias a la labor comenzada en los sesenta por su tío, que también les dejó todo el viñedo plantado. Hay sobre todo mencía, con una edad media de 25-30
Panorámica del viñedo
años, aunque algunas cepas tienen casi un siglo; y otras variedades como merlot, cabernet sauvignon, tempranillo, pinot noir o chardonnay.
Comenzamos visitando el viñedo, que estaba lleno de vida; hierbas y flores por doquier, todas espontáneas porque ellos no practican el cocultivo. Las desbrozan cuando la sequía hace necesario que el agua del suelo quede sólo para las cepas.

Otra vez oímos hablar de la importancia de la diversidad en el viñedo. Por ejemplo, la hierba absorbe la humedad cuando hay exceso de lluvia y fija el terreno evitando la erosión. Otras prácticas interesantes que nos enseñaron fueron la utilización de los pájaros en su beneficio. Así, con los restos de poda, han creado una especie de setos donde pueden anidar. Las aves se dedican a comer los insectos malos para las viñas y las frutas de los árboles que tienen plantados alrededor (les gustan más las peras o las manzanas que las uvas, que tienen un punto de acidez menos grata) y dejan tranquilas a las cepas. Pudimos ver con ellos la diferencia de
Contraste de colores con  parcelas vecinas
color entre su viña y las vecinas; el verde es mucho más intenso en las otras. Esto es debido al uso de productos fitosanitarios que vigorizan en exceso a la planta (y la agotan en muy poco tiempo). Por cierto, Pablo y Noelia no recogen la uva de las viñas que están en contacto con las parcelas vecinas, para evitar que contaminen su vino.
El viñedo"loco"
Otra sorpresa para nosotros fue conocer que están experimentando con dejar sin podar cepas que han sufrido oídio, porque nos cuentan que se curan solas y se inmunizan. Es otra forma de evitar la química. Eso sí, más de uno, ante el aspecto selvático de estas viñas, les han preguntado (suponemos que considerándoles poco menos que marcianos, o al menos, guarros) si la habían abandonado.

Sus vinos no van a concursos y se venden cada vez más en el extranjero; esto es otro ejemplo de que tienen que venir de fuera a decirnos lo que es bueno. Están empezando a vender hasta en Vietnam.
Terminamos en la viña hablando de la D.O. Bierzo, de sus pros y contras. El auge que experimentó esta comarca, con la aparición de grandes nombres como Álvaro Palacios, y de marcas refrendadas por los puntos Parker, les benefició indirectamente al colocar a esta región en el mapa vitivinícola mundial. Por el contrario, como en muchos otros casos, la DO parece más interesada en defender la cantidad que la calidad. Así, se ha aumentado hasta 12.000 kilos por hectárea el rendimiento máximo permitido, nos cuenta Pablo.
Depósito isotermos

En la bodega nos encantó ver muchos detalles de arquitectura y material industrial antiguos, como unos depósitos isotermos comprados por el tío, que funcionan perfectamente, como demuestra el hecho de que contienen un merlot 2005 sin madera, o los enormes depósitos de hormigón subterráneos que
Depósitos de hormigón
se utilizaban en la época de los graneles, que ahora, cuando las condiciones lo permiten, se usan para hacer la maloláctica, por la garantía de estabilidad térmica que ofrecen. La vieja embotelladora sigue funcionando, aunque hay que entenderla, así como la lavadora de botellas en forma de submarino. Otro detalle “tecnológico” para refrigerar la bodega durante el verano, consiste en abrir sus puertas para que entre el aire fresco de la mañana. 

La embotelladora
Noelia nos contó cómo hacen “El vino de los cónsules de Roma”, que fue el que nos trajo hasta ellos. 
En un depósito horizontal, puesto así para evitar una presión excesiva de la uva sobre el fondo, se echan los racimos enteros. Los de abajo empiezan a romperse, como si de un maceración carbónica se tratara. Al rotar el depósito, el líquido va remojando los racimos, para que el vino adquiera complejidad frutal y floral. En este proceso también juegan con las temperaturas: se elevan para conseguir mayor extracción y se bajan para conseguir frescor frutal. No filtran ni clarifican, sino que trasiegan el vino de depósito a depósito para desfangar. Tienen la suerte de que la bodega que hizo su tío es mayor que sus necesidades. Este procedimiento supone una gran pérdida de vino, otra muestra de honestidad y compromiso con la calidad, al igual que cuando deciden no hacer vino en una añada que no les gusta.
Con el resto de vinos todo es más sencillo. Se elaboran en depósito y permanecen en el acero hasta su embotellado final. La madera, no nueva, se usa sólo en algunos.
Dentro de la DO Bierzo elaboran “El vino de los cónsules de Roma” (el nombre lo puso el tío, Pablo la etiqueta, cuyo dibujo representa los trazos que dejan las gotas de vino por el depósito de acero cuando se trasiega), y “Casar de Valdaiga”. Y fuera de la DO elaboran “El casar de Santa Inés” donde tienen la libertad de combinar uvas no admitidas por el Consejo regulador y hacer sus pequeños experimentos. Apenas añaden sulfuroso a sus vinos, de hecho, en la mayoría, los análisis no lo detectan, apunta Pablo.
Pablo y Noelia
La visita se prolongó con una cata. Comenzamos por un “Casar de Santa Inés” chardonnay, que ha vuelto a elaborarse tras el experimento de los cinco años sin podar para curar a las plantas. Las cepas las plantó su tío hace más de 20 años. Son 1.000 botellas que se venden en la hostelería local. Lo probaremos tranquilamente en casa y ya aparecerá en el blog.

A continuación hicimos una minicata vertical de “Cónsules”: añadas 2011, sacada del depósito, 2009 y 2006. Como el primero estaba cerrado nos centramos en los otros dos. El 2009 mostró muy bien lo que puede dar de sí una mencía bien trabajada, en este caso sin contacto con madera. Ya lo conocíamos, y disfrutamos reconociendo sus flores, fruta roja, eucalipto, cacao...; y una boca fresca a pesar de sus casi 15 grados de alcohol. El 2006 mostró fruta madura y mayor calidez.
Después probamos un “Casar de Valdaiga 2004”, parecido al anterior por su punto frutal maduro.
El “Casar 2010”, sacado del depósito, nos dio un peculiar toque de hierba recién cortada.

El siguiente capítulo de la cata fue sorprendente. Pablo apareció con dos botellas. La primera era un “Casar de Santa Inés 1997” con merlot (37%), cabernet sauvignon (29%), mencía (25%) y tempranillo (9%), y 12 meses en barrica. Cuando lo probamos recordamos a los grandes reservas clásicos de Rioja, con sus notas en nariz de cuero, de guindas en licor, y con una
Un regalo del tiempo
boca espectacular, pura seda. La segunda era una botella del 98, con las mismas variedades aunque con más cabernet (50% del coupage) que merlot, y 27 meses de barrica. Pablo nos comentó que usan roble francés Allier con tostado muy suave. En comparación con el anterior, apreciamos las notas de pimiento de la cabernet y, en boca, una tanicidad que augura todavía más años de guarda. Brindamos por la memoria del tío Paco, uno de cuyos últimos vinos acabábamos de probar.
Seguidamente pasamos al “Casar 2001”, con cabernet (70%) y mencía, que se mostró en la misma línea del anterior, con su tanicidad no exenta de finura.
Finalizamos con el merlot 2005 del depósito isotermo. Los siete años que ha pasado allí no parece que le hayan sentado mal. Nos dio mucha fruta rojinegra y recuerdos de betún. En boca también resultó fresco, con un puntito dulce inicial y un ligero amargor agradables. Un elemento común a casi todos estos vinos fue la tanicidad frutal marcada en boca, que puede explicar por qué tienen tanta longevidad, caso del estupendo 1997. 
Por cierto, para quienes dicen que el vino es caro, una pequeña joya como el “Casar de Santa Inés 1997”, o el “Cónsules” cuestan poco más de 5 euros.

Agradecemos a Pablo y a Noelia su paciencia y amabilidad.
¡Salud!

1 comentario:

  1. Me ha encantado vuestra explicación porque dentro de pocos días vamos a hacer una visita a esta bodega , y tenemos mucho interés ahora mas si cabe en conocerla. Enhorabuena por vuestra exposición.

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