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sábado, 7 de julio de 2012

QUINTA DA MURADELLA: JOSÉ LUIS MATEO.


  
El maestro
La comarca
Nos trasladamos hasta Verín, Ourense, para conocer a José Luis Mateo, de la bodega Quinta da Muradella. Para romper el hielo comenzamos charlando sobre el "Alanda 2006" que habíamos probado en casa, un día antes.  Se trata de una añada cálida que no le gusta nada; para él las peores son las de calor constante. Nos presentó a su gran equipo de colaboradores, el veterano Amador y Fiti, y pasamos a hablar del cambio climático. Nos dijo que está ahí y que hay que adaptarse, de la misma forma que a la generación de su padre le tocó luchar contra las enfermedades de la vid.
Los "pesaos"
Su padre Alfonso y su abuelo hacían vino para autoconsumo y si sobraba se vendía a granel.
Reconstruimos su historia y nos habló del bar de la familia, A Canteira, que hace referencia al oficio del señor Alfonso. José Luis estudió en Madrid Ciencias de la Información, Publicidad. Eran tiempos de apreturas económicas, en los que iba a la bodega Santa Cecilia a comprar una botella de vino que tenía que durarle una semana. El caso es que no le gustaba el oficio de publicista y, como a tantos otros que hemos conocido, la llamada de la tierra pudo más. Suponemos que también influyó bastante el amor de un padre que un día le llamó para decirle que había encontrado lo que José Luis buscaba, una parcela donde podría cumplir su sueño, y que tenía que cumplir su parte del trato, regresar a casa.
La primera finca que reconstruyó fue para hacer un vino decente para el bar. En los noventa comienza la primera parte de la bodega, con mucho trabajo del señor Alfonso, y en el 2000 aparece Raúl Pérez. ¿Cómo? En una despedida de soltero un amigo que iba al Bierzo a hacerle unos trabajos de construcción en la bodega le animó a acompañarle. Eran tiempos, antes de estudiar enología, en los que procuraba aprender de quien pudiera. Con Raúl hubo sintonía personal; le gustó lo que transmitía, su apertura mental. Como no tenía dinero acordó con un amigo, que también hacía vino, llevarle a Verín y pagarle a medias.

En la actualidad trabaja 15 hectáreas propias y 5 arrendadas,  con unas 30 parcelas que vinifica por separado, y muestra, dentro de su humildad, un punto de orgullo al decirnos que se ha encargado personalmente de plantar o cuidar sus 80.000 cepas. Cuenta con casi 40.000 kilos de uva, de las que surgen unas 20.000 botellas etiquetadas. Hay otras 15.000 que van para el vino de la casa, que pudimos probar. Ya nos hubiera gustado llevarnos algo a granel, porque ahí están unos embriones de Gorvia, uno de sus grandes vinos, que no los embotella como tales si percibe algo que no le convence. Como ocurre con otros bodegueros de calidad y poco nombre que hemos conocido, en el extranjero le valoran más y vende el 80% a países como Japón, EEUU o Países bajos; también se le ve ilusionado porque su vino está entrando en el dificilísimo mercado francés .
Esa valoración exterior tiene mucho que ver con su forma de trabajar, que nosotros identificamos con la expresión del terroir. Cada uno de sus veintitantos vinos es el reflejo de una parcela, de un suelo, de una exposición, altitud y orientación determinadas; por eso cuando le preguntamos qué es un vino de Monterrei, él no lo sabe. Es una comarca muy grande, con altitudes ente 300 y 800 metros, con todo tipo de exposiciones y suelos muy distintos. La combinación, por tanto, es infinita y de ahí no puede salir un vino que represente a una región. Nos cuenta que en Galicia hay un enorme potencial y le sale su inconformismo y afán de superación al decirnos que se corre el riesgo de quedarse en el punto actual de relativo éxito de los vinos gallegos, ahora que ya se hacen vinos muy correctos en todas partes.
Viñas viejas

Nos habla también de que hace falta tiempo, constancia, estudiar las viñas para entenderlas, y lo hace pensando muy a largo plazo, contando con que quizá su hijo o hijos (va a ser padre dentro de unos meses) continuarán su labor. Aquí encontramos el componente humano imprescindible al hablar de terroir. Aunque él no se da importancia, es el transmisor del terruño, el que se encarga de que la esencia de sus cepas viejas llegue hasta nosotros con pureza. Eso se consigue con un gran respeto a la naturaleza, que ha ido afianzando con los años ya que al principio no fue así. Con sus conocimientos enológicos recien adquiridos tuvo que empezar tirando de manual y, así, plantó variedades “de prestigio”, como merlot, cabernet sauvignon, utilizó levaduras para la fermentación, enzimas, etc. Hoy la situación es bien distinta pues esas variedades no cuentan para sus vinos buenos, no hay rastro de levaduras externas añadidas, sus viñas bullen de vida; solo usa azufre y tratamiento de cobre si la añada lo requiere, y sus vinos tienen un mínimo de sulfuroso o ninguno. Comentamos el peso de la industria química o
Vida en el viñedo
fitosanitaria en este mundo y nos dice que el uso de estos productos hace que el ciclo vegetativo de la planta siempre esté activo, que no tengan esa pausa regeneradora necesaria, esa muerte temporal invernal, y a los pocos años esas plantas están agotadas. No obstante, hace una lectura positiva de las cosas: los herbicidas permitieron que hayan llegado viñedos muy viejos que podrían hoy haber sido absorbidos por el monte.
En las viñas hay mucho trabajo manual, que en el caso de las jóvenes hace necesario que sean “tuteladas”, sobre todo en variedades muy productivas como la mencía o la dona branca; las veteranas se saben cuidar solas. Una forma de domesticar esas plantas es la utilización de altas densidades de cultivo, para que las cepas compitan entre ellas y se autorregulen, sin necesidad de intervención humana.
A la hora de elaborar, no busca los vinos técnicamente perfectos, sino que expresen algo; y no saca vino al mercado, aunque le presionen los distribuidores, si cree que no están como a él le gustan. Usa el raspón, importante en añadas cálidas, elabora blancos como si fueran tintos, con sus hollejos, y en cuanto al uso de la madera se muestra muy prudente, incluso apreciamos que tiene ciertas dudas sobre sus bondades. Guarda sus vinos varios años antes de sacarlos al mercado. La añada más reciente que se puede comprar es 2008. 

Visitamos varias parcelas, viejas y jóvenes. Las primeras impresionan por el paraje, aisladas en medio del monte, a merced de corzos y jabalíes. Pudimos contemplar un ejemplar de cepa bastardo que ha sido estudiada por su pureza genética.

Ya en la pequeña bodega pudimos probar algunos de sus interesantes vinos. Empezamos con lo que será el "Alanda 2011", seguimos con un treixadura 2011, y a continuación experimentamos con un dona branca fermentado en fudre en tres fases de su vida: sacado del propio fudre (2011), con un año de botella(2010) y listo para salir al mercado tras dos años embotellado (2009). Empezaron a salir aromas que asociamos a salinidad/ mineralidad.
Seguimos con un dona branca de terreno granítico descompuesto, con poco sulfuroso en botella, y después con otro ya sin sulfuroso, de cepas veteranas sobre suelo pobrísimo, prácticamente roca madre. Mineralidad, salinidad en el centro de la lengua, vinos sutiles por cuanto no impactan en nariz, pero muy finos, rectos, que se disfrutan en el trago pausado, que se pueden beber tranquilamente sin acompañamiento sólido.

En los tintos volvimos a encontrarnos el aroma de la mencía, con su punto de rusticidad, una de parcela baja, más intensa y frutal, y otra de parcela a mayor altitud, más floral y fresca, elegante y compleja.
La cosa iba in crescendo, y para jugar con nosotros nos dio a probar un tinto a ciegas. Nos impresionó su nariz perfumada de fruta, bosque, flor, especias (canela). Un conjunto aromático de los que te atrapan, porque estás oliendo algo distinto y muy bueno. Boca excelente, también muy delicada, con solo 11,8% de alcohol; resultó ser una garnacha tintorera. ¡Toma ya! Para rematar este festival nos sacó otro vino de los que también te acuerdas mucho tiempo, un albarello 2009 con aromas a vino dulce natural, también muy perfumado, con recuerdos cítricos, de azahar. Nos comentó José Luis que esta es “su variedad”.
Le agradecemos infinitamente su amabilidad y generosidad; no en vano nos habían dicho que es “la persona más buena del mundo”.
Salud!

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