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lunes, 1 de abril de 2013

BODEGAS ROBLES

Estuvimos con nuestros amigos de Bodegas Robles en Montilla, otro de los hitos a tener en cuenta en la geografía de los vinos generosos, y que está ligado, en este caso, a la uva Pedro Ximénez.
La visitamos porque esta bodega inició hace algo más de una década un proyecto único en este tipo de vinos, ya que elaboran en ecológico buena parte de su producción bajo el nombre Piedra Luenga (vinos que ya conocemos y tenemos registrados en nuestro blog). Es la única dentro del mundo de los generosos que hace esto.

¿Por qué?  Fue gracias a la estancia de Francisco Robles, el actual gerente (y tercera generación de la familia como bodegueros), en Alemania.  Allí, donde la preocupación por la alimentación ecológica tiene más tradición, se dio cuenta de que los métodos de cultivo respetuosos con el medio ambiente eran similares a lo que ellos venían practicando.
La bodega inició su andadura en 1927. Producen una línea de vinos de agricultura convencional (como el fino Patachula) a partir de uvas que compran a agricultores de confianza, a los que controlan la calidad de la fruta.  La línea ecológica, los Piedra Luenga, surge de varias prácticas interesantes, incluyendo proyectos  de investigación en colaboración con varias universidades. Nos cuenta Rocío Márquez,  directora técnico, con quien estuvimos visitando viñas y bodega, que usan solo cobre y azufre para tratar las cepas. 
Caminando por un viñedo cercano a las instalaciones, pudimos ver cosas que nos resultaban familiares, como la presencia de  abundante  vegetación entre las cepas, para hacer una cama aislante y protectora de las vides y el suelo, al tiempo que ejercen su labor de ecosistema para una microfauna  que, mediante la interacción de sus individuos, hace innecesaria la utilización de productos fitosanitarios químicos, además de servir de abono natural cuando se corta. Se desechan las  uvas de las cepas que limitan con otros viñedos de gente que no practica esta agricultura, para  evitar contaminación.
La beneficiada de estos cuidados es la Pedro Ximénez, una uva extraordinaria (otra más), que permite elaborar desde los secos finos hasta los maravillosos dulces. En Montilla tiene a su favor que alcanza un grado alcohólico tal que a veces hace innecesario el encabezamiento (adición de alcohol vínico, como en el caso de los vinos de Jerez, a partir de la uva palomino). La Pedro Ximénez tiene una piel muy fina y su pulpa alberga una cantidad enorme de azúcares; además es capaz de fermentar hasta alcanzar los 15 grados de alcohol que, como ya hemos dicho, hacen innecesario el encabezamiento.
A punto de brotar
De ella se puede conseguir un rendimiento tan alto como los 12.000 kilos por hectárea que permite el Consejo regulador de la denominación, aunque se podrían obtener todavía más. Los viñedos de Robles producen 8.000; las cepas tratadas en ecológico aprenden a autorregularse, lo que al final se aprecia en la calidad de los vinos. Las levaduras del hollejo son más poderosas que las que se encuentran en las uvas de viñedos convencionales, por eso son capaces de transformar en alcohol toda la gran cantidad de azúcar de esta uva hasta alcanzar los grados necesarios para un fino.
Le preguntamos a Rocío cómo se consiguen las uvas para el dulce PX. Hay que partir de la selección de uvas, que se encuentra en determinados viñedos, por ejemplo hondonadas donde la fruta se va a ir arrugando lentamente dado que el calor estival provoca una pérdida de líquido en la baya. Esas uvas se pondrán después a secar en el suelo durante unos días en unas plataformas,  hasta que se prensan. Son necesarios 3,5 kilos para una botella de PX.
La bodega está a caballo entre la tradición, representada por su nave de soleras y criaderas, y la modernidad  que se aprecia en las ideas que surgen de personas como Francisco Robles. Siempre que hemos hablado con él nos ha contado algún proyecto interesante, como el amadrinamiento de cepas (a través de facebook se puede pedir que una de sus cepas sea tu madrina, y llevará tu nombre).
O el que nos cuenta hoy Rocío, denominado "Cómete el vino", y que consta de un conjunto de productos sólidos derivados de la uva: gelatinas, mermeladas,  reducciones de vino y vinagres. Tambien nos cuenta algo que ya conocíamos de otros bodegueros inquietos, un proyecto de “La botella del vino”, botella bonita, decorada, para rellenar a partir del sistema  bag in box. Este sistema, que no parece gozar de buena imagen por España, nos parece interesante en algunas circunstancias.
Finalizamos la visita probando de nuevo los vinos Piedra Luenga (el nombre procede de una roca muy llamativa que está enclavada en uno de sus viñedos). Se beben con mucho placer. Tienen a su favor, otra de las claves del proyecto, que han buscado vinos más frescos, menos pesados, donde permanecen rasgos de aromas varietales, frente a los generosos más tradicionales donde el peso de la crianza se aprecia más (y también están muy buenos). Por ejemplo, en el PX, no hay contacto con la madera; el mosto fermenta, se le encabeza un poquito (ese grado que le falta para llegar a ser generoso) y va al depósito de acero inoxidable, y de ahí a la botella. El resultado es un vino delicioso, con notas de naranja (propios de la variedad, cuando se produce la fermentación), miel y, por supuesto, pasa.
La mañana concluyó con un regalo; pudimos probar el PX de la solera de 1927, un vino único que nace a partir de un tercio de la solera de ese año, un vino ya muy espeso, nos contó Rocío, completado con la solera de 1970. Aquí nos encontramos con los aromas, también reconocibles, de esos vinos eternos, con notas de caramelo y de jarabe dulce.
Nos falta por catar el último retoño de la familia Piedra Luenga, que después de alumbrar dos blancos estupendos (por buenos y distintos) se han lanzado a por un tinto para completar la gama.
Agradecemos la amabilidad de Rocío, y de Francisco, que lo hizo posible. 
¡Salud!

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